Nota del editor (ese sería yo, rf): Por primera vez voy postear un material no escrito por mi. Decidí compartir este texto, no por su valor literario, sino por que lo considero un documento cuya riqueza excede sus palabras. Es un primer extracto del libro "De la Bella Italia a la Selva Chaqueña Argentina" escrito por mi bisabuelo, padre de mi abuela materna. En este libro, mi bisabuelo relata su historia como inmigrante, similar a la que todos conocemos y estudiamos, pero por lo menos en mi caso sólo a través de libros y manuales de historia. Este es un relato verídico, directo de un inmigrante italiano, y leerlo es para mi como oirlo, escuchar una entrevista a uno de los miles de inmigrantes que crearon nuestra historia. Con sus historias mínimas, esas que formaron y dieron origen a la cultura e idiosincracia argentina. Quiero compartir este documento muy valioso para mi, y espero que lo disfruten tanto como yo.
Don Humberto Marpegán(1872-1959)
Lugar de Nacimiento: Merlara, provincia de Padua, Italia.
Fecha de migración: 22 de septiembre de 1885.
DE LA BELLA ITALIA A LA SELVA CHAQUEÑA ARGENTINA
Reláto anecdótico y autobiográfico de mi extensa vida prolongada por más de ochenta años entre vicisitudes, bienestar y familia.
Humberto Marpegan
LA CASA PATERNA
Don Humberto Marpegán, hijo de Luis Marpegán y de Doña Mariana Pellizzari, nacido el 2 de julio de 1872 en Merlara, provincia de Padua, Italia.
Allá por el año 1852, mi padre desde muy jóven se había radicado en ese pueblito de la alta Italia, donde tiempo más tarde constituyó un hogar muy respetable, gozando del mayor aprecio de todo el pueblo trabajador agrícola de la zona, dedicándose también él a la explotación agrícola en gran escala.
De este feliz matrimonio yo fui el sexto hijo, y el segundo varón, por consiguiente era el niño mimado de todos. En ese ambiente de amor y cariño me desarrollé sano y fuerte, tal es así que a los seis años era ya el cochero de mi abuelita. Mi hermano mayor ayudaba a mi padre en la dirección de los trabajos agrícolas, y mis hermanas a mi madre, en los queaceres domésticos.
Era nuestra casa paterna un gran establecimiento con más de cien hectáreas de campo en producción. La casa se componía de dos pisos, con cinco habitaciones en cada uno de ellos. Vecina a la nuestra se hallaba la casa habitación de los empleados que requerían las distintas tareas agrícolas.
Los viñedos eran unos de los principales cultivos de la granja, con los que se fabricaban vinos de distintas calidades que se vendían por bordaleza y que eran almacenados mientras se preparaban en una habitación contigua a la casa, a la que llamábamos “cantina”, a pesar de que nunca oí cantar a nadie en ella.
[...]
Contaba yo apenas nueve años, cuando una día mientras estábamos merendando se desató un a terrible tormenta. Un cuadro tragicómico se presentaba así en tan tétrico lugar, la visión más desolarodra que se puede imaginar tuvimos a los pocos minutos, cuando al salir de nuestro circunsancial refugio observamos que don de un rato antes abundaban las flores no se veía otra cosa que las cruces peladas, y una capa de hielo, y de donde ante la vista del campo auguraba una espléndida cosecha, presagiaba en esos momentos angustiosos solo soledad y miseria. El llanto de las mujeres era incontenible. El peor el de mi madre al contemplar cómo el trabajo del año se había desvanecido en escasos minutos. De las hojas de moras no quedaban ni rastros, y para no perder del todo lo que teníamos hubo que comprar a larga distancia y a altos precios el alimentos para los gusano de seda.
Los árboles se habían deshojado, las viñas sin hojas ni uvas. Dl trigo que había comenzando a dorarse no quedaba una sola espiga, los maizales tiernos y vigorosos habían desaparecido como por encanto, el lino, la alfalfa, y todo lo demás como si se lo hubiera tragado la tierra. Todos quedamos mudos por un buen rato, y al ver que mi madre le rodaban por el rostro gruesas lágrimas no pude menos que echarme en sus brazos y confundirnos en un solo llanto.
Papá fue el primero en hablar con estas palabras: “No hay que afligirse hijos míos, alguna razón habrá para que Dios nos castigue, hay que armarse de coraje y seguir luchando si queremos remediar el mal que hoy nos apena, tenemos capital y buen crédito como para seguir adelante con la esperanza puesta en unos años de bonanza”.
La campiña vio otra vez a nuestros hombres trabajar con ahínco, empeñados en remediar las pérdidas sufridas. Pasaron tres años de los cuales tuvimos uno bueno y dos malos, por cuanto el tiempo no favoreció el buen desarrollo de la cosecha.
El colegio ya me preocupaba menos, pues ya había cumplido doce años, y como no había en el pueblo estudios secundarios, los dejé para más adelante si las cosas iban bien. Mientras colaboraba en todas las actividades de la granja. Al año siguiente todo había presumir una buena cosecha, pero intervino otro factor imprevisto e inesperado, la inundación. El deshielo y las lluvias en las altas montañas de los Alpes hicieron desbordar los ríos Adige y Frata, que corren muy cerca del pueblo. Se produjo entonces una creciente que amenazaba llevarse los puentes, diques y romper los terraplenes laterales, atrayendo la atención de las autoridades del pueblo.
En la granja se estaba trapichando uvas para hacer vino, cuando a eso de las diez de la mañana llegó mi padrino, con la orden perentoria que debíamos desalojar los elementos y animales de la granja, así como los de la casa y personas, pues en pocas horas más todo estaría cubierto por las aguas desbordadas. De nuestra cosecha solo alcanzamos a levantar el trigo y uvas cosechadas.
A unos mil metros de la casa se hallaba el canal que llevaba el agua a los arrozales que se hallaban en los terrenos más bajos. Por él comenzó a entrar el agua como un río torrentoso. Ya para el mediodía alcanzaba al patio de la casa. Mi padre con varias personas más cargó heno y alfalfa en una chata, mientras los demás familiares y empleados en un andar febril trataban de poner a salvo el mayor número de elementos y animales.
A las cuatro de la tarde se inició la evacuación, arreando los animales adelante seguidos por todos los vehículos que teníamos, tirados unos por caballos y otros por bueyes, rumbo hacia el distrito de Montagnana, mucho más alto que el nuestro. Recuerdo como si lo estuviese viendo ahora esa marcha triste y penosa con el agua hasta las rodillas. El llanto y la tristeza dibujados en el rostro de todos, especialmente en el de mis padres. En la casa donde comenzaba a entrar el agua al partir, solamente quedaba mi abuelita con un peón que la acompañara, pues fue imposible convencerla y sacarla, manifestando a nuestros requerimientos que “prefería morir a abandonar la casa”.
Al día siguiente debió ir mi padre con dos carabineros en una embarcación para rescatarla y sacarla de semejante peligro.
A raíz de esta creciente se derrumbaron en el pueblo más de ochenta finca. Era tanta la gente que huía despavorida que apenas conseguimos alojamiento para nosotros y no digamos para ubicación de los demás animales y elementos.
Recién a los diez días dejó de crecer el nivel de las aguas, alcanzando la altura de un metro sobre el nivel del patio de la casa, nivel que se mantuvo unos diez días, al final de los cuales comenzó a descender lentamente para desaparecer de la zona inundada recién a los 35 días, fecha en que por fin pudimos regresar a la finca. Hallamos todo cubierto de lodo y barro en lo que correspondía a las plantas bajas de la casa y galpones. La humedad de las paredes era insoportable y duró varios meses en desaparecer. En el patio y chacra había también gran cantidad de piedras y arena. En contraste con ello la planta alta estaba como si nada hubiese pasado, lo que prueba que las construcciones que poseíamos era de excelente calidad y resistencia.
Estas cosas no las debería referir, pues recordándolas lo único que siento es tristeza y amargura, pero sirven para demostrarles que el comienzo de mi vida no ha sido tan halagueño y me ha servido para fortificar mi espíritu y prepararme para la lucha por la vida; máxime teniendo en cuenta el vivo ejemplo de mi padre que con su fe y esperanza nos alentó a todos en la adversidad. (página 5, anteultimo párrafo)
Haré constar de paso que allí la mayor parte de las tierras eran de terratenientes ricos que vivían en la capital de la provincia, y que de las mismas se ocupaban los administradores, y que éstos no perdonaban jamás al agricultor, ni siquiera el tributo que debían pagar en alquiler; por el contrario si uno de ellos dejaba de hacerlo, le embargaban todo lo que tuviera de valor y lo dejaban en la calle.
Mi padre antes de llegar a tal situación, pensó en tomar otras medidas para no caer en tales extremos. Sabiendo que en esa época había una gran corriente emigratoria para Brasil, pensó que América sería el lugar propicio para gente que como nosotros se ocupaba de trabajos agrícolas. Era tanta la gente que emigraba a Brasil, que cada semana partían trenes enteros repletos de familias hacia Génova, puerto desde el cual embarcaban para América.
Mi padre inició las gestiones para emigrar, pero no a Brasil sino a Argentina, por consejo de algunos amigos que habían estado en San Pablo, y le transmitieron noticias de que allí existía una enfermedad incurable y grave, llamada fiebre amarilla.
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Próximo capítulo: “El viaje a América”
Nota del editor: ¿Podría decir entonces que gracias a la fiebre amarilla yo existo?
Me duele una calle.
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Ayer salí inocententemente a hacer las compras, como cualquier día. Como
hacía antes de mudarme, a ese super que es más barato pero que ahora me
queda muy ...
Hace 6 años.
editor,
ResponderBorrarvoy a esperar otros capítulos para ver si es que no resultamos parientes!
feliz fin de semana, te deseo desde el impenetrable
Más bien deberías decir que gracias a quien le avisó que existía la fiebre vos existis...
ResponderBorrarTE digo que se me puso la piel de gallina... es muy hermoso y muy lleno de sentimientos. Me gusta :)
Saludos
El primer capítulo engancha.
ResponderBorrarMe va a encantar leer todos los capítulos de esta historia.
Gracias por compartirla.
Cada vez que posteas me quedo con una cosa agridulce en la garganta.
ResponderBorrarNo puede ser que siempre comente lo mismo pero...
Que lindo blog que tenes!!
interesante, de verdad. me gusto.
ResponderBorrarprobablemente, y tambien por las fuerzas de la naturaleza, y anda a saber que otros factores mas favorecieron tu existencia!
beso.
MANIATICA: caramba, que pequeño demostraría ser el mundo si así lo fuera. Buena semana.
ResponderBorrarXIMIS: el efecto mariposa no? mil variables! Me alegro que te haya gustado. A mi me pasa lo mismo cuando lo leo. Y faltan parte muy buenas todavía.
LUDWIG: me alegro, lo que falta es igual o más interesante.
MOSTRO: gracias por comentar siempre lo mismo, por lo que a mi respecta no me voy a cansar de que me lo digas y reafirmes. Espero que tu sabor agridulce sea más dulce que agri.
NOEL: mil factores, pero me da escalofrío leer y pensar que si cualquiera de los sucesos que mi bisabuelo relata no hubieran ocurrido... yo tampoco. beso.
Yo también me enganche con la historia, porque está muy buena. Un saludo!
ResponderBorrarljhlhbhl
ResponderBorrarHola, que alegria al buscar en facebook Marpegan Merlara saber que hay un libro de mis antepasados.Provengo de unas de las 4 hermanas de tu bisabuelo llamada Cecilia o Silvia( ya que en algunas partidas figura con el primero y otros con el segundo). Se caso con un Italiano llamado Giuseppe Bisson nacido en Montagnana en Colonias Unidas (Chaco). Estoy muy interesada en leer el libro te ruego que me contactes a bringascg@hotmail.com Un gran saludo Natalia Velazco
ResponderBorrarHola. Soy bisnieta de Humberto y Virginia también, hija de Horacio, vivo en Resistencia. Hermoso el libro del abuelo.
ResponderBorrarTe dejo mi correo para q me contactes x favor. Silviagdelacorte@hotmail.com.ar