Ernesto mira sus pies: tierra en sus dedos. Costras. Por un instante podría haber dudado. No se detuvo. Podría haber sentido las grietas bajo su piel, de un lado y del otro, del suelo y su carne. Aquellas las ve pero no las nota; éstas ni lo uno ni lo otro. Se levanta y vuelve. Podría estar cada vez más cerca... O más lejos.
¿Hay agua?
No
¿Cuándo viene Rubén?
No sé.
Mañana a más tardar tendrías que vender las que están quedando. ¿Cuántas son?
No sé. Cuatro.
Quería ayudarla pero no sabía por dónde empezar. No era mi intención lastimarla. Sentía vergüenza por haberla golpeado. No me disculpaba. No limpiaba su nariz. Mabel fue a
Llegó Rubén. Dejó seis litros de agua a cambio de tres cabras; ya que no necesitaba más. Ernesto enterró las dos restantes y a Mabel, antes de que el olor fuera insoportable. Racionó el agua para las cabras y para él. Tomó mate, cenó y durmió. Asistió el parto de cuatro cabritos. Degolló uno sabiendo que ahora la mitad se pudriría . Pensó en Mabel. Le miró los pies. También tenían costras.
Uff...
ResponderBorrarMuy bien logrado: sentí el calor, la sequía y la impotencia. Todo.
lindo red, como siempre me tocas. queria verte antes de una partida a tierra azteca, que es como playa seca, pero de otro idioma.
ResponderBorrarsegui afilando el lapiz red, desde alla te espero.
Dejó la sangre salpicada en el piso. Para que no olvidara, dijo.
ResponderBorrarBeso siempre Matias.