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Caminó las dos cuadras sin que ella lo advirtiera. La charla había aclarado las cosas, sin embargo algo le produjo desconfianza, otra vez.
Joaquín era de hablar poco, de casi no cuestionar. Prestaba atención a pequeños detalles y notó que Érica se rascaba la pera más de lo normal. Pagó los cafés y se despidieron.
¿Espero a que me llames en quince días, entonces?
Érica respondió que sí. Se volvió a tocar la cara.
Joaquín, como siempre, eligió no confrontarla, pero sabía leer sus tics. Dejó que se alejara hasta doblar la esquina y empezó a seguirla. No era la primera vez que lo hacía. Le transpiraban las muñecas, las rodillas y sentía flojos los tobillos, pero igual caminaba.
Las tres veces anteriores había confirmado sus sospechas. Después de esas dos cuadras ella seguía caminando sin mirar hacia atrás. Apuró sus pasos hasta alcanzarla y la llamó.
Érica, no me llames en quince días, le dijo. No me llames.
* Este texto surge de un ejercicio de taller, en el cual el profesor dicta una frase y con ella se empieza a escribir un relato. Al tiempo dicta otra frase y se debe continuar con aquella frase. Lo mismo las subsiguientes. Están en negritas las frases dictadas que había que incluir.
Me duele una calle.
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Ayer salí inocententemente a hacer las compras, como cualquier día. Como
hacía antes de mudarme, a ese super que es más barato pero que ahora me
queda muy ...
Hace 6 años.