31 de agosto de 2009

Mendicrim

Queso crema cuyo objetivo primario consistiría en ser untado en tostadas. En el manual de uso jamás publicado, se recomienda combinarlo con cualquier tipo de mermeladas. Un grupo de personas que se consideran culinariamente osadas y transgresoras, lo mezcla con dulce de leche, obteniendo una pasta de sabor exquisito y, según su percepción, indescifrable. ¿Qué es, cómo lo hiciste, qué tiene, qué le pusiste?, son la preguntas que imaginan recibirán quienes preparan esta mixtura. Lo que esta gente no sabe, es que al preparar la mezcla, sólo esta devolviendo el queso crema a su estado primario. En los orígenes, hace ya más de dos mil años sólo existía el mendileche. En un proceso químico fortuito, los irlandeses hermanos Chok O’Cake, lo separaron en Mendicrim y Dulce de Leche. Desde entonces existe un grupo secreto, que opera en las sombras, cuyo objetivo es mantener oculto el origen de este queso crema. Se infiltran en reuniones, fiestas y agasajos en los que esta mezcla está presente, y son ellos quienes preguntan ¿qué es, cómo lo hiciste, qué le pusiste?, con el objeto de instalar en el inconciente colectivo el desconocimiento y la sorpresa al probar esta mezcla, el mendileche.

30 de mayo de 2009

Revuelto Gramajo

La primera vez que vendí algo, a mis diecisiete, fue una promesa de sexo oral; y todo lo sucedido en el último tiempo, quince años después, me remonta a ese día. “Por trescientos pesos yo hasta te dejo que me la chupes”, dije riendo, aferrado a Marcos, intentando no vomitar la escasa comida que mi estómago, irritado por sustancias nocivas, quería expulsar. Marcos era preparador físico en All Boys, club en el cual jugaba en aquel entonces. Era algo más grande que yo, pero al poco tiempo de conocernos nos llevamos muy bien. Después de entrenamiento íbamos a comer a La Farola. (Más revuelto gramajo, por favor!)

8 de mayo de 2009

Virgenes e ilesas

Recorría sus imágenes bajo un ventilador que demasiado lejos, demasiado mezquino, demasiado justiciero, parecía succionar el aire. Años atrás y en el estante más alto había intentado sepultar aquellos recuerdos. Con sus manos secas los comprimió en un frasco de vidrio denso. Uno por uno. Empujó con fuerza los últimos que insistían en sobrevivir. Apoyó la tapa sobre los rezagados rebeldes y se sentó sobre ella. Duplicó su peso llenándose de odio hasta que los aplastó. La giró y selló el cofre con el deseo de que el tiempo los desintegrara.

Años más tarde se encontraba en aquel mismo lugar buscando aquello que alguna vez quiso perder. Puso un pie en la biblioteca, se aferró de la culpa y al engaño que había acumulado en la anteúltima repisa y con una fuerza perversa voló hasta el estante más alto. Tomó el frasco de recuerdos en conserva y juntos se estrellaron en el piso. Pedazos de vidrio se desparramaron sin coherencia: en las paredes y en el techo, bajo las uñas y en los párpados. Las imágenes estaban ilesas, vírgenes. No podía dejar de mirarlas: los vidrios clavados en sus ojos le impedían cerrarlos. No podía romperlas: los vidrios bajo sus uñas le impedían agarrarlas. Entendió que, quizás, no le alcancen los días de vida para pagar el dolor que le había causado. Aquel ventilador mezquino y justiciero que no empujaba el aire empezó a mover hacia su cuerpo los trozos de vidrio desparramados en el piso. Los sintió de a uno penetrar su piel y encallarse en la carne, en los huesos. Si tan solo pudiera verla. Si pudiera decirle lo arrepentido que estaba, lo poco hombre que había sido. Si tan solo estuviera viva.

Tomó la foto entre sus manos. Sintió que ella lo miraba, se avergonzó y una lágrima le resbaló desde el ojo, a través del vidrio y hasta ella. Los cerró y al abrirlos, sobre ella cayó una lágrima de sangre. Puso la foto contra el pecho y con los cinco dedos de la mano derecha la estacó a su carne.

16 de abril de 2009

Cruz Monte

Traía poca ropa en un bolso mediano y una mochila con bolsillos para imprevistos. La vi parada en la puerta de mi casa y supe que Clara no sería como Susana o Gloria. A mi tampoco me gustaba planificar demasiado, era evidente que en eso éramos parecidos. Cuando yo hiciera un viaje también llevaría poco equipaje: un pantalón, una camisa, una muda de ropa interior y objetos de higiene personal. Clara y yo podríamos ser excelentes compañeros de viaje.

   - Qué bonita casa y que grande.- dijo ni bien entró.
   - Sí, es grande. Pero no la voy a vender. Tengo muy lindos recuerdos. Desde chico vivo acá. Mi madre también se crió en esta misma casa. Murió hace dos años.
   - Qué pena, cuando lo siento José. – respondió ella con su acento español.

Clara era de Toledo. Después de la muerte de mi madre me inscribí en un programa de intercambio de hospedajes y había elegido como preferencia recibir mujeres, de nacionalidad española. A pesar de su difícil acceso, en el último año Cruz Monte se había convertido en un destino muy valorado por los turistas extranjeros. Estaba a 500 kilómetros de San Cristóbal y la segunda mitad del trayecto era camino de cornisa y ripio. Susana era de Cádiz y Gloria de Madrid.

- Mañana voy a darte una llave de la puerta de calle. La que tenía desapareció, tengo que hacerle una copia a la mía. Este va a ser tu cuarto. Era el de mi madre.

Puse sus bolsos sobre la cama y me paré junto a la puerta para dejarla acomodar su ropa. Se acercó, puso las manos sobre su mochila, me miró y sonrió. Tenía la misma sonrisa de mi madre.

- Podés usar todo el placard si lo necesitás, está vacío. Aunque no creo que te haga falta.
- Gracias. – respondió sin abandonar su sonrisa.
- Por la cantidad de ropa lo digo. Te va a sobrar espacio. ¿Tenés novio? Seguro que no, por eso traés poca ropa, ¿no?

Clara se rió, tenía sentido del humor. Repentinamente abrió el bolso y empezó a sacar la ropa a gran velocidad. En su mayoría las prendas estaban limpias pero sin planchar. Apoyó sobre la cama una bolsa donde deduje llevaba la ropa sucia. No estaba bien cerrada y pude entrever que eran principalmente medias y bombachas.

- Tengo un lavarropas en la cocina, así que ni te preocupes por lavar. La meto junto con mi ropa y en una hora está listo.
- No, no! Está bien. Gracias, pero prefiero ocuparme yo. Puede dejar esa bolsa ahí, sobre la cómoda que yo después la lavo.

Se acercó rápido hacia mi y me la quitó de la mano, no quería que yo me molestara, pero para mi no era ninguna molestia. “Gracias”, me dijo regalándome una vez más su sonrisa.

- Ya sabés que si necesitás... No tenés más que pedir.

Se quedó un rato mirándome. No se atrevía a decirme que sí. Me gustaba que fuera tímida, “yo también lo soy” pensé. Lo mejor sería en ese momento no contradecirla. Más tarde, sin que lo notara lavaría su ropa, como regalo de bienvenida.

- Estoy algo cansada y me gustaría darme un baño, si es posible.
- Si, claro. Yo voy a estar en la cocina.- Se acercó sin quitarme los ojos de encima y cerró la puerta.

Gloria fue la primer turista que recibí. Había resultado ser una mujer con mal carácter, poco sociable y muy mayor para mi. Al segundo día de convivencia le pedí que buscara otro lugar donde hospedarse, porque éramos muy distintos para poder convivir y proyectar. Susana en cambio era joven y atractiva, pero descubrí que robaba piezas de mis rompecabezas. Tenía una enfermedad muy grave: era cleptómana. Clara, me dejó señada una semana de estadía, pero al segundo día me confesó que no sabía cuánto tiempo se quedaría realmente. “Es probable que quiera quedarse más tiempo”, pensé.

Aquella noche cociné arroz con almendras. Cenamos juntos. Le conté todo lo que ponía recorrer: el lago Amaya y el Horna, las caminatas por el Cerro del Soldado y las cascadas del Cerro Cruz.

- Si querés te puedo acompañar a las cascadas. Son 2 horas de caminata por un camino precioso.
- ¿Y usted está entrenado para tanta exigencia José? ¿No le hará mal?
- Para nada. Hago mucho ejercicio.
- Qué bien. Es muy importante para un hombre de su edad hacer deporte. Lo felicito.

Clara no quiso planificar nada aún. Estaba cansada y se acostó temprano. A la mañana siguiente salió antes del desayuno. Me dejó una nota en la que me avisaba que no volvería hasta tarde. En la noche me contó que se encontró con unos amigos con los que recorrería los lagos. “No les pude decir que no. Nos iremos por tres días a Santa Lucía. Luego cuando regrese podremos ir a recorrer las cascadas”. Era demasiado buena como para negarse. Pero yo no podía permitir que se fuera. Necesitaba que se quedara en Cruz Monte conmigo, para compartir más tiempo juntos. Era la única forma de que se enamorara de mí. Una semana más habría sido suficiente, pero si se iba en aquél momento no sabía lo qué podría pasar. Quizás nunca regresara. Intenté convencerla, pero estaba empecinada en ir, a pesar de que no era eso lo que ella quería.

- No voy a permitir que vayas - le dije. - Perdón, pero lo hago por tu bien.- Clara perdió el juicio y quiso irse en ese mismo instante, aún dejando su ropa.
- ¡Abre esta puerta hijo de puta!- gritó desencajada, intentando forzar la cerradura.

Mientras intentaba calmarla sonó el timbre. Era uno de sus amigos. “No está”, le respondí, “se fue a Santa Lucía y dejó dicho que los esperaba allá.”. Se fueron y nos dejaron solos. Clara era distinta a Gloria y a Susana, pero al igual que ellas terminó tomando decisiones equivocadas. Hubiera querido que todo terminara distinto con ella. “Clara le habría gustado, Madre”, pensé.

23 de enero de 2009

Óleos

Después me agarró la depresión y ya no volví a pintar, recordó haberles dicho. Qué pena Nelly, le respondió aquella joven pareja, regalándole algunos minutos de conversación en un banco de plaza. Minutos que sus nietos valoraban demasiado caros como para gastarlos en ella.
Atravesó la oscuridad sedentaria del living tomado por una penumbra ventajista, de esas que no piensan en irse hasta que no se las eche; y abrió el cajón. Asomada a su orilla, sin decidirse a introducir su mano, reclinó aún más su ya encorvado cuerpo hasta chocarse con el olor a resignación que sus óleos habían desarrollados durante los últimos años. Le dijeron que los dejara tranquilos, que se habían acostumbrado a no hacer nada, que al principio sufrieron su indiferencia, su abandono y que ahora preferían no salir de su bolsa. No querían que los destaparan, anticiparon que seguramente ya estarían secos, y que si no lo estaban de todas formas ya eran demasiado grandes y mañosos y no tenían ganas de que los mezclaran. ¡No te van a salir tan bien las mezclas como antes, así que ni lo intentes!
Pensó que quizás tenían razón y tomó el cajón de la manija dispuesta a cerrarlo. Tiene que volver a pintar Nelly, le insistió la pareja de nietos transitorios, sino cómo vamos a saber si es cierto que pinta paisajes tan lindos. Queremos que nos regale un cuadro, la desafiaban los transitorios que jamás volvería a ver.
Soltó la manija, extirpó la bolsa adherida al cajón como coral a su roca y la apoyó en la mesa. Hagamos un trato, les dijo. No las voy a sacar del pomo si no quieren. Sólo les abriré sus tapas, para mirarlas por dentro, por que con la humedad y el abandono ya no se les lee de qué color es cada una. Y se los volveré a escribir, ¿acaso quieren secarse sin recordar su nombre? No le respondieron. Nelly caminó hasta la ventana e invitó a la oscuridad a dar un paseo. No te quiero volver a ver.
Regresó a la mesa y tomó un óleo al azar. Acarició la tapa con sus dedos débiles y arrugados. Quiso girarla pero le ofreció resistencia. Volvió a intentarlo. Durante varios segundos concentró en sus yemas más energías de las que creía tener hasta que cedió. Sonrieron. Antes de mirar su interior sintió escurrirse entre sus narices una bocanada de olor a omelet de queso y arbejas, babeé como le gustaba a Juan Carlos.
Quizás fue la fuerza desmedida empleada en abrirla, quizás fue el queso derretido que le cayó pesado. Necesitó descansar, aunque no sin antes saber el color de su óleo. Con el último esfuerzo, y de mutuo acuerdo, apretó el pomo. El óleo cayó líquido, blanco, luminoso sobre la mesa. Siguió presionando hasta que agotó su última gota de energía, hasta que el pomo quedó vacío; hasta terminar, sobre la madera, el cuadro blanco que nadie sabría apreciar.