Julieta K. tiene treinta y tres años, de los cuales treinta vivió bajo el mismo techo que su padre y madre. Su independencia de la casa paterna tuvo dos etapas. El primer ciclo se inició a sus diecinueve años. Fue cobijado bajo la libreta matrimonial, que les sirvió de escudo protector contra el arroz festivo del registro civil, pero poco más. A los tres años, desencantada y triste iniciaría los trámites de divorcio y el retorno a su casa paterna. El matrimonio resultó no ser lo omnipotente que ella esperaba, y entendió que su sueño máximo de encontrar al amor de su vida requeriría un poco más de atención, dedicación y tiempo. Sus padres la recibirían contentos, formando un triángulo de abrazo ni bien ella cruzó por la puerta con sus petates. Su cuarto seguía siendo su cuarto. Tenía veintidos años y un divorcio, pero seguía siendo una niña, que estudiaba enfermería encerrada en el piso su cuarto, o en la mesa del comedor cuando sus codos se cansaban de estar apoyados en el piso, aguantando todo el peso de la cabeza. Todo eso estaba más que bien para ella.
A sus treinta y dos años Julieta ya no estudiaba. Hacía siete que trabajaba como enfermera. Había pasado por cinco hospitales y recibido tan solo tres aumentos de sueldo. Ninguno demasiado relevante. Amaba su profesión, y estaba resignada a que su retribución económica sólo le alcanzara para comprarse ropa y vacaciones. Seguía teniendo su cuarto en la casa de sus padres. Sabía que esta situación distaba de lo ideal, pero era la realidad que tenía y aceptaba.
Julieta desde chica tuvo una gran virtud: siempre esperar lo mejor. Se consideraba una persona positiva, que aceptaba la realidad e intentaba vivir de la mejor forma posible con lo que le tocaba. Pero desde hace dos años que se cuestiona si esto es realmente una virtud, y la palabra mediocridad habitualmente merodea sus reflexiones. En el hospital era querida y tenía algunos amigos. Una tarde la médica psiquiatra, con la cual tenía una relación de casi amistad, le había pedido verla en su consultorio. Luego de algunos minutos Julieta se daría cuenta de que lo que parecía ser una conversación amistosa era en realidad una charla profesional. Estas charlas se tornaron semanales. Sus sesiones junto con los antidepresivos que Susana le prescribía, la ayudarían a convivir con la realidad que le tocaba vivir pasados sus 30 años.
Este proceso al tiempo empezaría a dar algunos signos de mejoría. Susana se sintió muy feliz cuando Julieta le contó que había decidido alquilarse un departamento, sin importar lo pequeño que fuera, para iniciar el segundo ciclo fuera de la casa paterna. “¿Cómo puedo pretender conseguir un novio si a mi edad todavía no logré irme de lo de mis padres? ¿Por algo se empieza no? Viste cómo ya lo tengo asumido, y no digo de mi casa.” Las dos rieron. Las dos se sentían felices por Julieta.
Sin embargo la realidad la pondría a prueba una vez más. El hospital atravesaba una situación económica difícil, y tuvo que reducir personal, Julieta entre ellos. El tratamiento debía de estar funcionando muy bien por que lo tomó como un desafío, como un cambio positivo. Estaba confiada de que todo resultaría bien y que conseguiría un empleo con mejor paga.
Resolvió aplazar la búsqueda de departamento (solo aplazarla), para poner toda su energía en buscar un mejor trabajo. Es difícil mensurar si puso toda la energía que le quedaba en esto, pero fue mucha la que gastó, y muy poca la que consiguió en retorno.
Encontró trabajo, pero no como el que esperaba. La crisis económica resultó no ser propiedad exclusiva del hospital donde trabajaba, por lo que tuvo que conformarse con un trabajo por horas. Un hospital poco prestigioso que le quedaba bastante lejos de su casa, la contrató para que cuidara de un único paciente tres horas al día.
Su proyecto de alquiler quedaría postergado por tiempo indefinido. Aunque cambió de hospital continuó con su tratamiento psicológico. Susana ya no estaba obligada a prestarle este servicio gratuito, pero no solo lo seguiría haciendo sino que le propuso intensificarlo a dos veces por semana, temiendo una recaída. Julieta aceptó agradecida.
Viajaba dos horas hasta llegar al hospital. Tenía que cuidar a un hombre de cuarenta años con una enfermedad muy extraña, que nadie había conseguido identificar. Juan Romeo Montes estaba en un a suerte de estado vegetativo desde nacimiento. Ningún médico había podido descubrir el motivo por cual nunca había abierto los ojos. Su madre murió en el parto, y Juan se sintió tan triste y tan culpable que desde entonces nunca despertó. No tenía ninguna enfermedad tratable. Su corazón latía constantemente y sin ayuda externa, sus pulmones oxigenaban su sangre y sus venas las distribuían por todos sus órganos. Si bien no manifestaba reacción externa a ningún tipo de estímulos, tenía actividad cerebral. “El paciente fue capaz de "comprender" y de "responder" a ciertas órdenes de sus médicos”, leyó en un estudio de sus imágenes cerebrales. Alimentación por suero intravenoso era el único tratamiento que los médicos se habían resignado a brindarle. Y Julieta debía de cuidar de su aseo diario.
Las condiciones laborales no eran buenas, pero había algo en todo esto que la atraía. Sentía una intriga muy fuerte por este caso. Lo tomaba como un desafío a nivel profesional, pero algo la seducía en lo personal.
La noche anterior a su primer día de trabajo, soñó con Juan, su paciente inmediato. “Mantuvo su capacidad de comprender órdenes y de responder a ellas a través de su actividad cerebral”. Soñó toda la noche y estas palabras se le repitieron una y otra vez. Al despertar sintió que había tenido un sueño revelador, y presintió que algo importante sucedería. Tenía la certeza divina de que Juan Montes era su misión en este mundo.
- ¿Que le sucede? ¿Está usted bien? Entre por favor– le pregunta la médica al ingresar por primera vez al cuarto de Juan.
- Si, si. Perfectamente.
No había podido contener sus lágrimas cuando se paró a la puerta del cuarto. Estaba paralizada. Nunca lo había visto personalmente, pero la impactó verlo, por que sí lo conocía, lo había soñado. Era exactamente la misma persona con la que había soñado el día anterior. La médica le repitió las indicaciones, se fue de la habitación y los dejó solos.
- Hola. No nos presentaron. Me llamo Julieta.- le dijo y lo tomó de la mano. Le acarició la frente, y quedó con su mano entre las suyas mirándolo, parada inmóvil junto a su cama durante las tres horas, hasta que la médica entró al cuarto.
- Ya se puede retirar. La veo mañana a la misma hora.- Julieta le soltó la mano y volvió, en trance, a la casa de sus padres.
Al llegar finalmente comprendió porqué había guardado desde niña todos los manuales de primero a séptimo grado y de primer a quinto año. Los sacó de las cajas, les sopló el polvo y pasó toda la noche planificando la educación acelerada de Juan. Julieta no tenía dudas de que despertaría algún día, y quería prepararlo. Pensó que si “comprende órdenes y responde a ellas”, bien podría retener conocimientos.
Llegaba temprano por la mañana, lo afeitaba y lo aseaba. Luego pasaba el resto del día leyéndole sobre historia, geografía, matemáticas y literatura. Nunca dejaba el hospital antes de la ocho de la noche. Eventualmente se quedaría a dormir, sentada, agarrando su mano y con la cabeza apoyada sobre el colchón junto a él. Su única actividad fuera de aquel hospital eran sus sesiones de terapia. Susana estaba muy preocupada por la obsesión de su paciente, por el distanciamiento de la realidad que estaba tomando. Era para una involución imprevista y no lograba comprender su origen. Ya no le hablaba sobre su proyecto de mudarse a un departamento propio. Juan era su monotema. Sin embargo ninguna de las dos era conciente de que Juan y su proyecto de independencia tendrían un desenlace conjunto.
En dos meses Julieta ya había terminado con lo que consideraba lo esencial de la curricula primaria y secundaria. Entonces decidió especializarlo en literatura y teatro universal. Y mientras cavilaban junto a Raskolnikov lo imposible sucedió. Su mirada consumía palabra tras palabra cuando su mano sintió un cuerpo pesar sobre ella. Juan, luego de cuarenta años despertaba para tomar la mano de su amada. Ella miraba esta mano sobre la suya y no entendía cómo había llegado hasta ahí. Estupefacta no le quitaba la vista. “Hola”, escucha petrificada. Juan esperaba, sabiendo que esos ojos finalmente negros llegarían a su encuentro. Julieta lo mira y él sonríe. Ella se para asustada sin quitarle su mando.
- Hola.- repite Juan, pero ella no podía salir de su asombro para responder. – Ni que hubieras visto un fantasma, soy yo, Romeo.
- Pero... ¿cómo? ¿Despertaste?¿Por qué? Digo... hace 40 años que estás... así... ¿cómo puede ser?
- Sí, bueno, pero me pareció que ya era hora de despertar, ¿no?
- ¿Cómo que te pareció que ya era hora? ¿Estabas despierto, o conciente? ¿Decidiste despertarte y así nomás te despertaste? ¿Estuviste conciente todo el tiempo?
- Si. Pero no del todo, por momentos dormía profundamente, como todo el mundo, pero por momentos solo dormitaba. ¡Y no me perdí ninguna de tus clases! - su sonrisa seductora, la de ella víctima.
- Je... ¿O sea que todo este tiempo sólo estuviste durmiendo?
- Sí.
- ¿Y por qué? ¿Por qué no te querías despertar?
- ¿Para qué, me perdí de algo importante, de algo por lo que valiera la pena despertar?- Julieta sintió tristeza por no poder decirle que si. No había nada en su pequeña vida que le demostrara estar equivocado, nada que lo hiciera arrepentirse de su hibernación prolongada.
- No... nada en realidad. ¿Y por qué decidiste despertarte ahora? -
- Por que mi búsqueda terminó. Porque encontré mi Julieta. – Juan sonrió para y por ella. Ella sintió sus articulaciones debilitadas, su carne relajarse y su corazón de estreno. – Te reconocí desde el momento en que entraste en esta habitación. Cada una de tus caricias erizó mi piel y aceleró mi corazón. Junté y guardé cada una de tus lágrimas en mi pecho, y son las que me dieron fuerza para levantarme hoy. Escuché cada una de tus palabras. Y no, no estás loca por pensar que te estás enamorando de mí. Loca estarías si no lo reconocieras. Por que sabés quién soy.
Y él volvió a dormir,
esta vez para siempre.
Y ella inició su segundo ciclo,
fuera de la casa paterna,
esta vez para siempre.
Y ella durmió junto a él,
Esta vez para siempre.
fin
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