29 de mayo de 2008

Gayfriendly se hace al andar

Etapa Cero: aceptación filosófica.
Mi primera etapa fue absolutamente teórica, pasiva y filosófica. Aceptar al homosexual por mandato social. Diría que casi es más difícil ser homofóbico que no serlo.

Hay mucha gente hétero que no tiene relación cercana con el mundo gay. Yo tampoco la tuve hasta aproximadamente mis 25 años.

Salvo algún que otro chiste sobre “putos”, cosa que aún sigo haciendo aunque con mayor libertad, fui siempre respetuoso. Teóricamente abierto con el gay.

Etapa Uno: de la teoría a la práctica.
Uno puede tener mentalmente desarrollada la teoría, pensada y repasada, oída en silencio, y todo esto nos hace pensar que estamos preparados para implementarla en la vida real. Pero esto no es así. El actor que pasa letra mentalmente, ensaya dos, tres formas de decir el texto, toma riesgos y es osado en su recreación imaginaria, se ve en escena, imagina cómo su cuerpo acompañará esas líneas. Pero en ese primer ensayo donde quiere mostrar todo lo que resolvió, al escuchar las palabras que salen de su boca se asusta de ellas, las desconoce, por que todavía no son propias. Y atemorizado, no hace nada de lo que tenía planeado hacer.

Sebastián, Sergio y yo compartíamos nuestro primer año de teatro. Al cabo de los primeros seis meses nos habíamos hecho bastante amigos. Ya en el segundo semestre del año al compartir los tres juntos una escena y todos sus ensayos, esta relación se hizo mucho más estrecha. Después me enteraría de que Sergio también sospechaba de la sexualidad de Sebastián. Sin embargo era algo que ni entre nosotros nos animábamos a comentar. Era muy incómodo hablarlo. No se qué pasaría por su mente, pero yo no quería que pensara que estaba discriminando si le preguntaba algo como “che, sebas para mi que es gay, no?”. Pero el tema estaba en el medio y a medida que crecía la amistad esto se hacía más difícil de evitar.

Sebastián me preguntaba cómo iba mi relación una chica con la que estaba saliendo por aquél entonces. Yo le respondería que bien, le contaría algo circunstancial, y luego el vacío incómodo. No me animaba a preguntarle por su vida personal. Tenía pánico de generar una situación incómoda si le preguntaba si él tenía novia, o si salía con alguna chica. Tampoco quería preguntarle si salía con alguien, sin determinar el sexo de ese alguien, y hablar sobre ello midiendo que cada palabra no llevara conjugación de género. Entonces se daba ese silencio incómodo del cual de alguna forma siempre salíamos.

Cada tanto nos juntábamos en su casa a ensayar. Tiempo después nos confesaría que tenía miedo de que notáramos que estaba todo excesiva y homosexualmente prolijo, por lo cual recalcaba cada media hora que ese día había ido la chica que limpia, y sus dotes para con el orden y la limpieza. El tema de su homosexualidad no era algo que estuviera latente en el aire, de hecho yo me olvidaba del asunto, sintiéndome incómodo sólo cada tanto, pero sin saber realmente por qué. Jamás hubiera relacionado un departamento prolijo con su sexualidad, y no entendía la excesiva publicidad de su mucama.

Así como no percibía estos indicios, había otros tantos que no quería registrar.

- ¿Quién es este, tu primo? – preguntaba inocentemente Sergio mirando las fotos de viajes en el living.
- ...no. Es un amigo. Un amigo de la infancia con el cual viajamos mucho.- Claro, pensé yo. Yo también he viajado con amigos.

En uno de los últimos ensayos, en su casa, luego de horas de reírnos salvajemente con Anibal, Carlitos y Pelusa, nuestros grotescos personajes tangueros, el momento de la verdad llegó.

Yo tirado en el sillón, Sergio en el piso, y Sebas en la banqueta contra la ventana.

- Chicos hay algo que les quiero contar. –
- ¿Qué cosa? – le respondimos, vislumbrando cuál era la cosa a contar.

En ese momento me sentí más negador que la señora gorda casada con el picaflor del pueblo. No quería saber!!! Ya lo sabía, pero no quería que me lo dijera.

- No quiero que cambie nada entre nosotros por lo que les voy a contar.- Se atajaba como si estuviera por confesar un asesinato.
- No obvio, nada va a cambiar, ¿por que cambiaría? – Respondimos nerviosos. Si esa fuera una escena de teatro, el director nos marcaría “no anticipen, sus personajes no saben lo que le va a decir”. Pero nosotros sí sabíamos, aunque queríamos interpretar un personaje que no.
- Soy gay...
- ...- “Plop”, diría si fuera un comic de condorito, “chan” si fuera in informe de domar.

Si es que hubo no me acuerdo cuál fue nuestra respuesta. Qué decirle, “ah si, me lo imaginaba”??. Además de no saber bien qué responder, me invadió una secuencia de imágenes de Sebastián desnudo. Muy desnudo. Lleno de piel. Compartiéndola con otro hombre. Lo estaba viendo frente a mi, sentado en la banqueta, pero teniendo sexo con otro hombre. Mi doctrina de aceptación gay fue puesta a prueba, exigida al máximo, e hizo lo imposible por evitar la desfiguración de mi rostro. Creo que logró eso al menos, pero mis ojos no podían evitar verlo desnudo.

- ¿Se lo imaginaban, o no?- dijo rápido para darle continuidad a la conversación interruptus.
- Ehh... si, bueno... más o menos, un poco. No, en realidad no, bah o si, que se yo, no es que parezcas eh.- tampoco sabíamos cual era la respuesta correcta a su pregunta, cualquier respuesta podía ofenderlo.

Después de hacerle preguntas curiosas, periodísticas, las cosas se acomodaron. Mis ojos empezaron a verlo tal como estaba, con toda su ropa puesta. Y efectivamente nada cambió en nuestra amistad. O sí, el vínculo se estrechó aún más.

Etapa 2: a mi no me miren.
Al principio tener un amigo gay era una novedad. El chiche nuevo. La anécdota a contar. El trofeo, el diploma de chico siglo xxi. “Este diploma certifica que Red Fish tiene un amigo gay”.

Sebas me contaba sobre su ruptura con su novio de cinco años, yo le preguntaba como se sentía, él me respondía... todo era simple, se reducía a cambiar una “o” por la “a” final de la palabra “novia”, y a darle nombre masculino a su pareja. Hasta conocí su nuevo novio, y supe digerir una que otra agarrada y caricia de manos, miraditas romanticonas, etc.

Por supuesto que había ciertos escalafones a los que todavía no quería asomarme. Pero de apoco iba avanzando. Si me hubieran tomado un gayfriendly exam, diría que estaba aprobando. Pero nuevamente tendría que dar lección de un tema no demasiado estudiado.

- Che, te quería contar algo que me pasó la semana pasada en la fiesta de teatro.- me dice Sergio, entre empanadas y Queenes un viernes a la noche en lo de Sebas.
- ¿Qué cosa?- pregunto, esta vez con absoluto desconocimiento de causa.
- Viste que a al final de la fiesta estuve un rato hablando con Diego.
- Si, vi que estuvieron hablando.- Diego era un alumno de otro curso, un año anterior al nuestro.
- Bueno, me pasó que en un momento me re calenté con el pibe.
- ¿Por qué? ¿Qué pasó, que te dijo?
- No, nada. No se si fue que estaba muy fumado o qué, pero me re calenté con el flaco.
- ¿Pero por qué? ¿Qué pasó??- y realmente no entendía qué era lo que me estaba diciendo, qué era lo que Diego le había dicho para que él se enojara.
- Él me estaba hablando, y en un momento dejé de escuchar lo que me decía, y me dieron ganas de reventármelo contra la pared, fue rarísimo, pero como que de repente me cerraron un montón de cosas.
- No entiendo, decís que...- no sabía cómo decirlo, sin ¡ofenderlo!? - ... que le querías dar un beso???
- Sí... – responde tímidamente.
- Ah, pero estabas muy fumado!
- Sí, estaba bastante fumado, pero tenía muchas ganas de reventarlo contra la pared.- repetía con una elocuencia que rebalsaba mi umbral de tolerancia.
- No te puedo creer!!!- repetí algunas veces, pensando que la historia terminaba ahí. Que la anécdota era cómo le había pegado de fuerte el faso.
- Si, fue terrible. Pero me cayó la ficha. Entendí por que con todas las novias que tuve siempre sentía que me faltaba algo, que no me terminaba de cerrar la relación, y no era que ellas no me cerraban. Era yo, y me cayó la ficha de por qué.

Yo pasmado ante todo lo que me estaba diciendo. ¿Me estaba diciendo que había descubierto que era gay? ¿A los 28 años??

- Y ahora voy por la calle y no paro de mirar. Estoy con re ganas de hacer algo.
- ...pará, pará, por que no entiendo. ¿Qué me querés decir?
- ... – su cara respondía sí a la pregunta tácita.
- ... me querés decir que...., que sos... ee..., que sos gay?- le pregunté no animándome a decir esa palabra.
- ... no se. Creo, bah, que se yo. Si, creo que sí.
- Si, es PUTO!- apuntala triunfante Sebastián, desde la cocina, que había estado escuchando.
- Pará, ¿pero estás seguro? Lo que te pasó no quiere decir nada, estabas muy fumado, a cualquiera la puede pasar.- Yo no creía que me pudiera pasar a mi, pero pensé que evidentemente existiríga esa posibilidad.
- Jajaja, na na na. Eso solo te pasa si sos PUTO. De esa no hay vuelta atrás Mati, ya está, es PUTO PUTO.

Mientras Sergio me miraba con cara de que todo lo que decía Sebas es cierto. Entonces recapitulé la historia que me había contado, desde el principio, todo lo que yo no había entendido.

- ¿En serio? Pero... y pasó algo con Diego?
- No, no pasó nada.
- Ese Diego también es re PUTO.- dice Sebas.
- No, no es puto, bah tiene novia.- lo defiende Sergio.
- Jajaja, si pero a mi no me engaña, y vos también tenías novia hasta hace un mes, y mirá ahora, vas por la calle fichando bultos.- y se va al cuarto. Yo seguía atónito.
- ¿Entonces no pasó nada en la fiesta?- Sergio niega con la cabeza.- ¿Y después de eso? ¿Ya... pasó algo?
- No, todavía no.- “Entonces es salvable” pensé, cuando lo veo a Sebas volver del cuarto con cuarto casettes VHS.
- Tomá, llevátelos y miralos en tu casa.
- Paráaaa, que es eso? Son videos Gays?? – pregunté exaltado, la situación era demasiado fuerte y me estaba superando. - No, no le des eso!!! es muy violento. Le va a resultar muy fuerte ver eso, así tan de golpe.- era uno de mis últimos intentos por retenerlo en mi “bando”.
- Qué va a ser muy fuerte.- insistía Sebas- Si se te para con esto cagaste, no hay vuelta atrás.
- No, pero le va a dar impresión ver eso.
- Que le va a dar impresión, se va a matar a pajas!- decía saboreando su victoria mientras le daba los videos a Sergio, dándole su bendición y bienvenida al club.

Y me dí por vencido, terminé por aceptar lo irreversible. Sergio había descubierto su verdadera sexualidad.

- Al final yo termino siendo el único al que le gustan las minas acá. No, no, jaja, que me miran? me gustan las mujeres y punto!- cerrábamos la noche con risas y Cher a todo volumen.

Etapa tres: estoy acompañado, gracias.
Nuestras conversaciones ya no tienen ningún tipo de censuras ni condicionantes. Hasta hablamos de hombres, siendo yo una más.

- Les hago una pregunta: cual es la definición posta de “chongo”? Por que a veces escucho que la usan con distintas connotaciones. – Les preguntaba iniciando el tema.

Después de debatir conceptos llegamos a la conclusión de que Chongo es el hombre heterosexual, fachero pero brutalmente macho, nada delicado, hasta medio guarro.

- Entonces para mi Luciano Castro es el estereotipo del chongo. Fachero, de rioba...- propuse como para ponerle nombre y apellido al chongo.
- Siiiiiiiiiiiiiiii, Luciano Castro es un re chongo!!!!!!!- confirmaba mi percepción Sebastián.

Cuando participo de estas conversaciones sobre pibes facheros, lindos, mis comentarios no son muy distintos a los que hago cuando con mis amigos hétero debatimos sobre del culo de Jesica Sirio. La única diferencia es que no remato mis opiniones con un “la mato”, “le re doy” o “se lo como todo”. Soy un simple observador de la realidad.

Hasta ayudo a Sebastián en sus consejos a Sergio para levantarse pibes.

- En la calle tenés que estar siempre con el gaydar prendido, – dice Sebas. – y aplicar la técnica del un-dos-tres. Fichás un pibe que viene caminando hacia vos. Si te mira, cuando se cruzan seguís caminando y contás uno, dos, tres y te das vuelta. Si el flaco también se da vuelta ya está, lo invitás a tomar un café y listo.
- mmm, pero no se si me animo a hacer eso – dice Sergio.
- Si no lo que podés hacer es contar hasta tres y frenarte a ver una vidriera, y dejar que el pibe se acerque. – aporto yo.
- Si, si, eso también funciona.- aprueba el sensei.
- Es buenísimo, ojalá con las minas fuera así de fácil!

Y para terminar, la prueba de fuego: el boliche gay. “Che, avisenmé cuando vayan que yo me prendo”. Y me prendí nomás. Así que fuimos a la fiesta Plop. Tres veces me tocaron la espalda y no me di vuelta para ver quien era. Una vez me agarraron de la muñeca mientras pasaba y me pidieron que me quedara a bailar. Una vez me preguntaron muy caballerosamente si estaba solo o acompañado, a lo que respondí que estaba acompañado. Me ofrecieron cerveza dos veces, solo una vez acepté sin ningún tipo de consecuencias. Bailé y canté desaforadamente “a quién le importa lo-que-yo-haga, a quien le importa lo-que-yo-diga” de Thalía. Vi incontables besos homosexuales. Y eso fue todo. Prueba superada. Más gayfriendly ya no puedo ser.

Cómo dije al principio, hoy sigo haciendo algún que otro chiste sobre “putos”. De hecho lo que más me divierte es decir la palabra “topu”. Por que me parece el apodo más discriminativo y peyorativo al respecto. Una vez escuché una frase que me quedó muy grabada. Alguien le decía a otro “no sos tan grande como para hacerte tan chiquito”, criticando su falsa modestia. Sin embargo yo sí me animo a decir que soy tan gayfriendly que me animo a decir topu sin ningún prurito.

Fiesta fiesta, pluma pluma.

10 de mayo de 2008

About Henry and June

Sentado en sillón del living desde el medio día ya no tenía lugar donde apagar los cigarrillos. El cenicero, el plato y el vaso habían ya agotado sus posibilidades. Escucho ruido de llaves en la cerradura, y la bocanada de humo huyendo de mi boca se detiene.

- ¡Ana!- balbuceo sorprendido de verla. Ella entra. Mira maternalmente mi dejadez.
- Ay Juan, ¿hace cuanto que estás echado ahí? No se puede respirar acá, por favor abrí una ventana. No podés estar así.

Ana abre las ventanas. Levanta toda evidencia de mi sedentarismo, las lleva a la cocina y las tira. Yo permanezco sentado. Vuelve y me acaricia suavemente el pelo. Apoyo mi cabeza en su panza. Sigue acariciándome el pelo. Llorar en silencio. Lloro sin mover un solo músculo de mi cuerpo. Mis lágrimas emanan naturalmente, sin esfuerzo. Ella no lo nota. O probablemente sí, pero disimula y continúa haciéndome sentir un poco mejor.

- Juan, ¿hace cuánto que no te bañas?, tenés el pelo re sucio.
- ... – no respondo. En realidad no escuché su pregunta. Hay algo que no entiendo.
- ¿De donde sacaste las llaves? ¿Vos tenías llaves de casa?

Su mano y su panza se alejan de mi cabeza y volviendo a la cocina me dice que Julia se las dio para que me las devolviera.

- ¿Julia te las dio? – Pregunto sorprendido por su respuesta.
- Si... y también me dijo que se había dejado una caja con cosas, y me pidió si se la podía llevar.
- ¿Julia te pidió? ¿Y por qué?
- Bueno Juan, digamos que no tiene ganas de venir y verte, para no complicar más las cosas.
- No, si eso lo sé, pero lo que no entiendo es por que te lo pidió a vos, y por qué te dio las llaves.

Ana abre la heladera, saca la jarra y se sirve jugo. No responde.

- ¿Querés jugo?
- No... No sabía que ustedes dos eran amigas.

Me levanto del sillón y voy a la cocina. Ana había empezado a lavar los platos.

- ¿Qué hacés? Dejá, dejá. Dejalo ahí que yo después lavo todo.

No responde.

- ... ¿y cómo fue que te pidió?
- Ay no se Juan, me lo pidió y listo. – Ana fregaba sin parar. La situación me estaba poniendo nervioso. Quería que dejara de hacer lo que estaba haciendo, me mirara y me explicara todo. Todo.
- Pero como fue, ¿ella te llamó? ¿Tenía tu teléfono...?

El ruido incesante de los cubiertos golpeando los platos, los platos golpeando los vasos ya había quebrado mi umbral de paciencia.

- Podés parar un segundo!!! Te dije que dejaras. Me das pelota y me respondés lo que te estoy preguntando???

Ana deja el plato, la esponja y cierra la canilla. Sin levantar la vista de la pileta, y con un dedo aún con detergente se corre el pelo que le tapa la cara. Yo no entiendo qué es lo que pasa. ¿Por qué no me responde?

- Ana está viviendo conmigo – me dice todavía sin mirarme.
- ¿Qué???? ¿Cómo que está viviendo con vos?... ¿Me estás jodiendo?? Encima de que me caga con un tipo y me deja, también me quiere cagar mis amigos. Vos sos MI amiga, no de ella. ¿Por que no se va a vivir a lo del reverendo hijo de puta con el que me viene cagando desde hace no se cuanto tiempo? Que conchuda! ¿Y vos porqué mierda la dejaste? ¿Cómo no me preguntaste a mí? ¿En qué estabas pensando? ¿Pero desde cuando ustedes son amigas? ¿No te das cuenta de que ahora cada vez que te llame voy a pensar que quizás atienda ella? No lo puedo creer, ¿cómo me haces esto?... ¿Y hasta cuando?... ¿Por lo menos te dijo hasta cuando tiene pensado quedarse?
- Estamos viviendo juntas.
- ¿Sí, pero hasta cuando? ¿Hasta cuando va a vivir en tu casa?
- Juan... Julia y yo estamos viviendo juntas.

4 de mayo de 2008

Hasta el cuadril

Este relato surge a partir de una iniciativa de Fernando Airas de Vespertine, a la que gentilmente fui invitado a participar. La propuesta es relatar una metida de pata, esas que después nos preguntamos "cómo pude haber sido tan idiota"; juramos nunca más volver a comportarnos de una manera tan absurda, convencidos de haber aprendido la lección y madurado. Nadamás lejos de la realidad. Dos reglas bien simples: las anécdotas deben ser verídicas y autobiográficas. Espero les guste.


Forma y contendido, son los dos aspectos que componen todos nuestros actos. Son independientes, y la falta de uno puede ser parcialmente compensada por la acción del otro.

“Ya que la hacemos, hagámosla bien” es una de las aplicaciones de este concepto, en el cual el contenido puede ser equivocado, pero la forma en que se realiza merezca nuestra reverencia.

Aquel brillante robo al banco, en la que los reos escapaban en un gomón por túneles subacuáticos mientras montaban el show de toma de rehenes a la vista de los policías. A quien no le robó una sonrisa y un guiño permisivo simplemente por la genialidad de la ejecución de su obra. Nadie aprueba el contenido de aquel acto, pero la es verdad que la hicieron muy bien!!... La forma compensa al contenido equivocado.

Cuando vemos o reconocemos haber hecho un acto con excelencia tanto en contenido como en la forma sin duda nos estremecemos, rendidos a sus pies.

Ahora qué pasa cuando erramos ambos? El 31 de diciembre de 1996 tenía 20 años y estaba en pareja desde los 17. Y ese día equivoqué groseramente ambos. Años más tarde entendería que la rotura definitiva de esa relación acarreaba fisuras desde aquel entonces.

Ella se había ido dos días después de navidad en un viaje a varios hemisferios y latitudes de distancia, por tres meses. Aprovechando una gran posibilidad de viajar a la que yo no accedía. Al menos no en ese momento. Dejándome solo. A mí. Solo. Por supuesto la dejé e incluso alenté a que hiciera el viaje.

El día después de su partida me inundó un ataque de furia, bronca e impotencia. Quise vengar su abandono. Aquel día fui bien hombre.

1 de Enero de 2003, Buenos Aires, El Divino, 3:30 a.m. serían las coordenadas del inicio de una de mis peores equivocaciones. Y es el día de hoy que todavía me pregunto si es que no dejé un rastro que aún no pude revertir.

Esa noche fui víctima del legado masculino, que nos pide dejar bien en alto nuestra raza. Luego del brindis familiar y de derrochar varios felices años nuevos, salí a la caza de mi reivindicación, de mi honor, de mi dignidad masculina. Macho que se respeta no se deja abandonar sin contraatacar. Y lo que me correspondía era hacer a mi novia infiel. Se lo merecía. Así demostraría lo muy hombre que yo era.

Nunca lo había hecho, y no sabía bien cómo hacerlo, pero eso no me detuvo. Llegué al boliche, inspeccioné el hábitat de caza, me hice dueño de mi espacio, localicé y abordé a la mujer con la que recuperaría mi dignidad. Empecé a darle forma al contenido: algunos tragos, baile sensual, palabras al oído, una mano en su cintura y una mano cerca de su cara. Cociné a fuego lento entre una y dos horas, hasta llevarla a punto caramelo. Y lancé la propuesta: “nos vamos?”.

Subimos al auto y nos fuimos. Hasta ese punto parecía un experto en la materia. Si mi vida fuera a ser recordada por este acto, estaría en la misma vitrina de “Los que la hicieron bien,” junto a los ladrones del Banco Río. Pero la noche no terminó ahí, y todas y cada una de las decisiones que tomé a partir de ahí fueron un encadenamiento de desaciertos.

A mis veinte años, con padres separados y viviendo con mi madre y hermana menor, la primer elección tenía tres posibilidades. Ir a un hotel alojamiento, ir a la casa desocupada de mi padre (fuera de bs.as.), o ir a mi casa, en la que mi madre y hermana dormían. La primera opción fue fácil y dignamente descartada: nunca me gustaron los telos. La segunda no fue tan simple, y no podía desestimarla sin hacerme cargo de algo que nunca podría aceptar: que inconscientemente necesitaba algún testigo. Por lo tanto pasé por alto esta decisión y conduje, sin auto-debates, directo a mi casa.

La desenvoltura, confianza y naturalidad con que me había manejado hasta subirnos al auto parecían haberme abandonado. Manejaba hacia un terreno desconocido. Estaba dando un paso del cual no me sentía seguro. Y empezaba a sentirme nervioso. El clima lujurioso y vibrante que antes nos envolvía y me protegía nos había vomitado a la cruda luz del día, al silencio incómodo que no supe cómo llenar durante los quince minutos del recorrido.

Ya no tenía ganas, ella ya no me excitaba, ya no quería engañar ni demostrar nada a nadie, pero ya no podía volver atrás. Hubiera sido de muy poco hombre decirle que retiraba mi propuesta en ese momento, hubiera sido de muy poco hombre tener una atractiva mujer servida, lista para faenar y rechazarla, hubiera necesitado de demasiada valentía.

Llegamos al rededor de las 5 de la mañana a mi casa, y mientras estoy buscando las llaves, veo que la puerta de calle se abre. Asoma punzante la nariz negra de Jerónimo, mi perro, desesperado por salir a su primer paseo matinal del año, y tras él mi madre. “What are the chances!!” diría Pheabe, de que mi madre se despierte un primero de enero a las cinco de la mañana para pasear al perro? Las chances eran ínfimas, pero todo lo que podía salir mal empezaba a hacerlo. Nos quedamos, todos salvo Jerónimo, helados, duros, sorprendidos, sin saber cómo seguir. “Hola!” le dije, o me dijo, “hola!” respondí o me respondió, y entramos nosotros y salieron ellos.

Sólo quería que todo terminara, hacer lo que tenía que hacer y olvidarme de todo. Pero todavía no había hecho nada. Subimos hacia mi cuarto, y al entrar, veo entornada la puerta del cuarto de mi hermana. Tenías sus persianas bajas, y el cuarto estaba oscuro, pero alcancé a verla acostada, y me pareció ver sus ojos abiertos.

- “Hola mati”- me saluda dulce e ingenuamente desde la cama.
- “No jodas, dormite que es tarde”. Y me vería entrar a mi cuarto, acompañado por una chica que no era mi novia.

Mi hermana tiene ocho años menos que yo, así que tendría 12 entonces. Es la persona más dulce y vulnerable que conozco. Lo sigo siendo, pero en aquel entonces yo era su Hermano Mayor. Y su Hermano Mayor, a quien ella admiraba, la exponía a un nuevo mundo de preguntas. Y la visita guiada al mundo de las relaciones sexuales la iniciaba por la puerta de servicio de la cocina, donde se tira, se deja y tapa la basura.

Entramos, esta chica y yo, y no hicimos todo lo que habíamos ido a hacer. Yo no quise y no pude o no pude y no quise. Y se fue.

Al día siguiente, mi madre tuvo una conversación conmigo, la que no recuerdo con exactitud. Además del reto merecido, me dijo que mi hermana le había contado haberme visto, y que había llorado. “Llorado por qué?” pensé en aquel entonces. Por desilusión, decepción creo hoy. Hasta que punto no habrá incorporado cierta aceptación de la infidelidad, como algo válido, perdonable, aceptable?

Después de ese episodio, volvería a ser infiel algunas veces más, hábito que terminó con esa relación. Nunca hablé con mi hermana al respecto, y no se hasta que punto esa situación haya influenciado su creencia y valores sobre el tema. Espero que poco, pero no lo se con certeza.

Como dije al principio, uno puede equivocar lo que hace pero hacerlo bien o viceversa. No fue mi caso. La acción fue equivocada, y no pude realizarla de peor forma.