29 de marzo de 2008

Todo por 5 segundos – Capitulo III: Un Helado Derretido.

Si lo hubiera planeado nunca podría haber conseguido el mismo resultado. Todo se sucedió fantásticamente solo. Si algo equivalente le hubiera ocurrido a cualquier especie animal se diría que la naturaleza es sabia. Y si bien yo no sabía todo lo que ocurriría, lo tomé con naturaleza, retiré mi entrada y me ubiqué donde el acomodador me indicaba.

La sucesión de eventos fue la siguiente.
1. Darío me advirtió, una semana antes, que trabajaría el jueves y el viernes, y que en el fin de semana una a dos reuniones en la oficina era lo mínimo a esperar.
2. Maru y Sol me comentaron, intencionalmente al pasar, que se irían los cuatro días a la playa para aprovechar los últimos rezagos veraniegos, y que si milagrosamente quería, podía.
3. Mis suegros, que a mis espaldas viven quejándose de que yo les dejo ver poco a sus nietos, venían a Buenos Aires a pasar semana santa con ellos y con su hijo, y conmigo por añadidura, no por elección.

Solo até cabos sueltos y los resolví con tres breves comunicados:
- Amor, me parece que voy a aprovechar para ir con las chicas a la costa, así podés trabajar tranquilo. Ya hablé con tu mamá y ellos se llevan los chicos.-
- Amanda, ¿sabés que los chicos me dijeron que se morían de ganas de pasar unos días con los abuelos? Y cómo Darío va a estar trabajando los cuatro días se me ocurrió que quizás sería buena idea que Santi y Lucas se queden con ustedes, que te parece? La van a pasar super, no ven la hora de que los pasen a buscar.-
“Chicas, háganme un lugar en el auto que me prendo. Pásenme a buscar el miércoles a la tarde por la ofi. No sean turras, y si llevan a dos chongos, yo voy apretadita en el medio =0)”, mensajito de texto, obvio.

Estaba increíblemente excitada, adolescentemente ilusionada con el fin de semana de chicas solas. Desde que me casé que nunca me había permitido siquiera pensarlo. Me pasé el lunes entero pensando en lo que debería llevar, el martes entero repasando dónde estaba lo que quería llevar, y medio miércoles chateando por messenger para matar el día.

El martes a las nueve de la noche ya tenía el bolso listo. Bikini negra, checked. Bikini roja y blanca, checked. 4 bombachas y 4 corpiños, checked. Secador de pelo, checked. 3 pantalones, 3 polleras, 3 shortcitos checked. 5 remeritas, 3 camisas, 3 saquitos, 2 pullovers, 1 camperita y 1 campera por las dudas, checked. 3 pares de sandalias, 1 par de zapatillas, 2 pares de zapatos taco bajo, 1 par de botas por las dudas, checked. Porta cosméticos, checked, anteojos de sol, checked, protector solar checked, preservativos.... checked! Creo que este check list lo tengo desde hace 15 años, pero por las dudas no hice ningún cambio, aunque llevara elemento que no tenía pensado usar. No quería cercenar opciones.

Miércoles a la mañana. Bolso de Lucas y bolso de Santi hechos, beso con abrazo fuerte, pórtense bien con los abuelos y al cole. Beso a Darío, el portate bien y te voy a extrañar de rutina, bolso al hombro, y a empezar el miércoles adolescente.

A las 19.30 estábamos las tres cargando nafta, medias lunas y cocacola light en la estación de servicio de la ruta. Nos subimos al auto, repartimos los gastos de la nafta y peajes y establecimos un pozo común para los demás gastos. El resto del viaje hablamos sin parar. Hicimos un repaso de todos los novios de la secundaria y de la facu. Nos reímos de todas las veces que, encerradas con el noviecito de turno, al escuchar la llegada de nuestros padres nos vestimos en un micro segundo, arreglamos la cama, abrimos la puerta del cuarto y esperamos su llegada con cara de estábamos charlando y escuchando música, sí, así despeinados. Recordamos los freaks con los habíamos salido, los que nos habían hecho pagar la mitad del taxi, los que ponían sobre la mesa “su parte” de la cuenta, los calentones que nos querían echar un polvo en el primer ascensor que compartimos, los que nos habían prometido amor eterno solo para revolear nuestra bombacha al suelo, los que nos habían metido los cuernos, los que habíamos metido nosotras. Reímos, reímos, reímos. Fue un viaje increíble. Un viaje en el que supuré de recuerdos que hacía mucho tenía ampollados. Y llegamos, y me bajé del auto, y seguía riéndome sola.

Fue curioso que habláramos solo de anécdotas, jamás mencionamos nuestras vidas presentes, solo hablamos en pretérito perfecto.

Al día siguiente hicimos lo que habíamos ido a hacer. Playa, sol y arena. Nos alineamos como tres durmientes de ferrocarril, tomamos sol y hablamos poco. Las tres éramos concientes de que no podíamos seguir hablando de anécdotas adolescentes y tampoco teníamos ganas de hablar de nuestras vidas actuales. Y como tomar sol es una actividad en la que se permite simplemente estar y cerrar los ojos, nos refugiamos en ella. Y así, expuestas al sol evitamos exponernos a nuestras realidades. Cada tanto alguna comentaba sobre la cola de alguno que pasaba delante nuestro, o cómo la malla mojada les marcaba el bulto, intentando resucitar aquella complicidad y restablecer un vínculo adolescente sin mayores compromisos.

Y así llegamos al sábado, solo tomando sol, comiendo, durmiendo, secretamente deseando que el domingo fuera nublado, para justificar aunque más no sean algunas horas de regreso anticipado. Almorzamos una ensaladita en el parador y volvimos a la rutina, y a nuestros lugares de siempre. Sol en un costado, yo en el otro y Maru en el medio.

Estaba bastante dormida cuando empecé a soñar con él. En los últimos dos años lo soñaba por lo menos una vez por semana. Siempre sueños cortos y confusos. Pero lo soñaba, cada vez con mayor frecuencia. Después del accidente lo volví a ver en el hospital, cuando él todavía estaba inconsciente. Conocí a su novia, y al ver la relación que tenían, y que se recuperaría decidí seguir mi camino. Durante los siguientes tres años jamás volví a acordarme de Santiago, pero desde hace dos que sueño con él.

Lo vi acercándose por la playa, caminando hacia mí. Sonriendo, con la naturalidad de un amor cotidiano. Se paró a mi lado, me miró, se sentó y se acostó en la arena, cerca, muy cerca mío.

- Hola - me dijo, lo que me desencajó violentamente, ya que era la primera vez que me hablaba, nunca había hablado en mis sueños. Creía haber olvidado su voz, y por algún motivo la recordé y lo escuché como si fuera real, como si estuviera ahí.

Esto me sorprendió tanto que me desperté. Y abrí los ojos. Ese sobresalto hizo que pasara del estadío de “sueño” al estadío “despierta”. E instantáneamente y sin escalas pasé de éste, al estadío “petrificada por fuera y volcánica por dentro”, al verlo ahí, acostado, frente a mí, sonriendo, mirándome.

- ¿Santiago?!!!- grité en voz baja.
- Que bueno, no solo te acordás de mí, sino que hasta sabés mi nombre. Ya superé todas mis expectativas.
- Si, es que en el hospital me lo dijeron, y después conocí a tu novia, y yo no sabía que tenías novia. No, no, no es diga que me lo tenías que decir, si por qué me lo ibas a decir, y además cuando, jajaj, en qué momento, y bueno yo no quise, no se, ella estaba llorando tanto y después cuando dijeron que te ibas a recuperar...- fue mi intento verborrágico de justificar, explicar y disfrazar mi ataque nervioso. Hasta que agarró mi mano y la puso en su pecho, como aquella vez. Y como el tapón en la fisura del dique detuvo mi hemorragia verbal.

Sentí su pecho en mi mano. Sentí la paz de sus ojos. Sentí paz en mi cuerpo. Lo miré profundo, lo escuché. Y respondí.

- Lucía -
- Me lo imaginaba – respondió él, y yo sonreí como una tonta.

No podía salir de su encanto, hasta que recordé donde estaba, con quienes estaba y quien era yo: una mujer casada y con hijos, cómo explicaría esta situación. Alejé apenas un poco mi cabeza, no demasiado. Miré hacia atrás, para enfrentar las miradas escrutadoras de mis amigas que sentía en la espalda. Pero no estaban. Extrañamente no estaban, quizás había dormido más de lo que pensaba y se habrían ido. De hecho ya no quedaba gente en la playa y estaba oscureciendo. Mientras advertía esto situación mi mano seguís encallada en su pecho. Entonces regresé a él.
Me estaba esperando, con cara de “no te preocupes, estamos solos”. Soltó mi mano, yo dejé la mía en su pecho y dejé la suya ir. Levitó hasta mi cara. Sus dedos y mi frente se encontraron. Sus yemas peinaron mis cejas, delinearon el contorno de de mis ojos. Llegaron hasta la unión con la nariz, rotaron sobre sí y sus uñas se deslizaron hasta la punta, donde cada dedo saltó al vacío de mis labios. Cada uno esperó al que le seguía aterrizara, y cuando estuvieron todos se detuvieron y reconocieron el relieve de mi boca. Luego iniciaron viaje hasta la comisura, zigzagueando por mis pómulos hasta la oreja. La bordearon y se internaron en mi pelo. Lo peinaron gentilmente detrás de mi oreja, mientras su dedo gordo quedó anclado en mi cachete, dibujando curvas con la yema. Incliné suavemente mi cabeza hacia su mano para abrazarla, y cerré los ojos. Escuché la música con la que sus dedos bailaban, dibujaban, creaban, una y otra vez. Y me entregué a ese momento. Quise quedarme así para siempre.

Mientras lo miraba con los ojos cerrados podía sentir su boca sonriendo. Y yo le regalaba mi sonrisa que no entraba en mi cara. Acercó su cuerpo hacia el mío, y me sentí preciosamente invadida. Percibí su respiración más cerca. Sus labios se aproximaron a mi cara, como si necesitaran verla más de cerca. Su nariz también empezó a recorrer mi miel. Sus labios rondaban los míos. Pero no los tocaban. Y yo casi inmóvil, entregada a cualquiera fuera su propósito. Apenas algún pequeño movimiento, impulsada por mis labios, que tímidamente se entregaban al poder magnético de los suyos. Pero su boca se movía rápido, dilatando el encuentro, el choque. Sentía su respiración en mi mejilla, en mi cuello, en mi oreja.

Intermitentemente mi piel creía reconocer el contacto de su boca, pero no estaba segura. Y la buscaba, la acechaba como la estela en el mar sigue a su barco. Nuestras cabezas se movían, se enredaban y desenredaban, como dos chorros de aguas danzantes. Nuestras bocas jugaban a perseguirse, invertíamos roles, el que perseguía pasaba a perseguido, se cruzaban, rozaban, pero nunca se tocaban.

Lo que empezó como un juego lento fue creciendo a un juego intenso, vertiginoso, veloz. Mi cuerpo necesitó mayor estabilidad y me desplomé enteramente sobre mi espalda. Como si fuéramos uno él acompañó mi rotación y subió sobre mí sin un solo segundo de desconexión. Nos detuvimos, nos miramos, nos respiramos agitados. Y sus labios colapsaron con los míos. Exploté, lo besé con una intensidad que pensaba no existía en mí. Mis manos se hundieron surcando con fanatismo caminos en su espalda. Cada centímetro de mi cuerpo buscó su piel, no quería desperdiciar ni un milímetro de mí, necesitaba el máximo contacto posible con él. Lo apreté fuerte contra mí con todos los medios a mi alcance. Quería que toda mi piel tocara la suya, quería que toda su piel tocara la mía. Quería que me tocara toda, entera, por fuera y por dentro. Lo quería dentro mío, que me conociera por completo, quería entregarme, que todo mi cuerpo fuera suyo. Quería saberlo adentro mío.

Mientras nuestras bocas y labios se entregaban sin tregua, sus manos me recorrían con fuerza. Mi pecho se inflaba cada vez que él pasaba. Y cada vez menos ropa interfería entre nosotros. Quitó o corrió o desintegró mi corpiño para que mis pechos conocieran el suyo. Me besó sin parar, donde yo necesitaba que lo hiciera. Mientras su boca se perdía entre mis pechos, su mano apretaba mi pierna. Primero sobre la rodilla, subiendo por el muslo, entrando, tocando con su palma el interior de una pierna y con los nudillos el interior de la otra. Yo estrujaba su mano, pidiendo que suba. Y su mano subía, esquiva, recorriendo, bordeando. Presionó, empujó, pero todavía el contacto era obstaculizado por el último vestigio de ropa que quedaba en mí. La odié desesperadamente. En ese momento desee haber estado todo el día desnuda para llegar así a ese momento. Pero eso no era necesario, por que recordé y él advirtió que yo tenía una bikini cómplice, que ofrecía dos moños a los costados para abrir paso a quienes fueran bienvenidos. Y las señales eran claras de qué el lo era, tal vez como ninguno lo haya sido. Tiró de la cuerda, retiró el lienzo que todavía cubría mi cuerpo con la delicadeza con la que un coleccionista destapa su pieza más valiosa. Su mano se posó en mi vientre, tapándolo en su totalidad, protegiéndolo de la luz. Mi mano se montó sobre la suya con todo el peso de mi deseo, incitándola a avanzar. Y lo hizo, con suavidad, recorriéndome por fuera, en círculos, luego con movimientos ascendentes y descendente. Siempre por fuera pero en el lugar exacto. Y mi cuerpo acompañaba la cadencia de su movimiento. Mi pecho se ensanchaba renovando el aire de mis entrañas. El calor y la humedad dificultaban mi respiración, y el deseo de sentirlo dentro mío se volvía perversa y sádicamente maravilloso. Lo quería dentro pero disfrutaba el placer de la espera, de la víspera.
Tomó mis dos manos y las llevó hacia atrás, detrás de mi cabeza, atándolas en la arena. Con todo su cuerpo sobre mí, abrió su camino dentro mío, y ahí se detuvo. Me miró penetrante, como a la espera de mi autorización. Enterré mis uñas en la piel de su espalda y él entró suave y cuidadosamente. Llevé mi cabeza hacia atrás, alineando en un solo eje mis vías de entrada y de salida. Él entró profundo, con vehemencia, provocando un huracán que recorrió cada órgano de mi cuerpo hasta salir en un grito por mi boca. Cada cavidad en mi interior lo sentía recorrerme. Reconocí y abracé el paso de cada una de sus venas, de las imperfecciones y de las perfecciones de su cuerpo penetrante. Mis piernas lo abrazaban, mis talones empujaban su cola, y acompañaban su ir y venir, cada vez más veloz, más profundo, más incontenible. Cuando nos acercábamos a zonas explosivas regulábamos el ritmo, relajábamos, recuperábamos el aire, tomábamos envión solo para regresar por más. Cada vez nos resultaba más difícil domesticar la lujuria, cada vez nos costaba más salir de la zona de fuego. Hasta que decidimos jugar con él y permitirnos quemarnos de placer. Ahí fuimos, y nos entregamos para atravesar juntos el punto sin retorno, golpeando nuestros cuerpos casi violentamente, a la velocidad de la desesperación, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más profundo, elevando a niveles inconmensurables la temperatura, hasta que llegamos al centro del sol para quemarnos con el fuego supremo. Y gritamos, de dolor, de placer, de alegría, purgándonos hasta quedar vacíos. Gritamos electrizados. Lloré, lloramos, de placer, de alegría, de tristeza. Nuestros cuerpos quedaron encimados, desinflados, agonizantes y nuestras almas derretidas y derramadas alrededor nuestro.

Moribundo, con su último aliento levantó su cabeza, buscó mi mirada, y me dio respiración boca a boca. Y revivimos, lentamente nuestros espíritus recuperaron su forma, y volvieron a sus respectivos cuerpos. Pero en su regreso los dos sentimos que ya no eran los mismos, y reconocimos parte del otro en cada uno. Nuestras dos almas fueron como un helado de dos gustos derretidos, que aunque con frío vuelven a su consistencia y cuerpo original, ya no existirán dos gustos separables. Es una fusión de individualidades. Mi alma de frutilla tenía su chocolate, y la suya mi frutilla. Y eso también era irreversible.

Quise quedarme con él, desnuda en esa playa por siempre.

- Lucía!, Lucía!!! Estás bien?? – me preguntó de golpe e insitentemente.

Sí! estaba maravillosamente bien. Cómo no habría de estarlo. Pero insistía con la misma pregunta, agarrándome y sacudiéndome por los hombros. Hasta que logró levantarme y sentarme. Yo realmente no entendía nada de lo que estaba pasando. No podía entender por qué de repente estaban Sol y Maru adelante mío y no Santiago.

- ¿Lu estás bien? Me parece que tuviste una pesadilla, te empezaste a mover y a gritar. Parecía como si estuvieras teniendo una pesadilla – dijo asusta da Sol.
- Una pesadilla o no tanto, a mi me daba la impresión de que la estabas pasando muy bien, jaja – aportó Maru su parecer.

No terminaba de asimilar que todo lo de recién había sido un sueño. No era posible, nunca había vivido algo tan real.

- ¿Pero qué pasó?- pregunté.
- No se. Pero te dormiste muy profundo. Tanto que en un momento se acercó un tipo y dijo que se conocían. Mirá que traté de despertarte eh, con un bombón como ese no daba que siguieras durmiendo.
- ¿Cómo que alguien que me conocía? ¿Quien era?
- No se, nunca lo habíamos visto. Dijo que se llamaba Santiago y que él todavía tenía un helado tuyo o que te quería invitar tomar un helado de un gusto solo... no se, no entendí bien qué quiso decir. Vos entendés lo que dijo?

19 de marzo de 2008

Escribir erotizado, vivir erotizado

Un nuevo amigo, de mi último relato opinó que era “demasiado cutre (...)” y que “debería ser más erótico (...)”.

Luego una vieja y apreciada amiga (me permito calificarla así a pesar de mi corta vida bloguera) dijo le inquietaba pensar q sucedera si me dedico a erotizar mis relatos.

Esto me despertó ganas de incurrir en climas narrativos más sensuales y erotizados. Pero la palabra “erotizar” me quedó zumbando en la cabeza y la almohada le negó la salida. Erotizar, erotizado, erótico. Repetí, repetí, relacioné y recordé.

Y recordé algunos ensayos de teatro en los que había tenido una buena pasada, y mi profesor que en su devolución me decía que yo había estado erotizado, con el texto, con el personaje. “Tu cuerpo estaba erotizado”.

Si en ese momento alguien me hubiera pedido que le explique qué había querido decir con la palabra erotizado creo que no habría podido. Sin embargo entendía a la perfección qué me había querido decir. Lo entendía por que lo sentía, reconocía en mí, la inercia de un cuerpo erotizado.

Por supuesto mi primera reacción, fue vincular la palabra erotizado con alguna faceta sexual de lo que había hecho, y mal interpretar su significado. Por unos segundos confronté mentalmente y refuté que no había hecho nada de ese tenor. Pero enseguida entendí que no era eso lo que me estaban diciendo.

O quizás si, pero entonces habría que definir con mayor precisión qué es un acto sexual y otorgarle un significado más general. Pero para hacer las cosas más clara dejemos lo sexual tal como lo conocemos (y creo que no hace falta explicar), y volvamos a este significado de lo erótico.

Erótico en su definición es sinónimo de sensual y carnal. Pero creo que no van estas acepciones en línea de lo que estoy buscando.

Yo más bien diría que un cuerpo “erotizado” tiene más que ver con un cuerpo que se entrega plenamente a tu tarea, un cuerpo inconsciente, que no se guarda un resto por si algo sale mal, que juega con todo lo que tiene, que disfruta de todo lo disponible, que establece una conexión sincera y absoluta con su objeto. Y un cuerpo así seduce, un cuerpo así convoca. ¿Entonces un cuerpo entregado, absolutamente pasional, disfrutando de lo que hace es un cuerpo erotizado? Creo que sí, y es por eso que verlo seduce, porque chorrea líbido, chorrea sangre, chorrea leche diría eurípides.

Entonces tomando en cuenta esta conclusión, ¿qué sería un relato más erotizado? En realidad, más que hacer esta pregunta me animo a hacer esta afirmación: al margen de que mis relatos sean buenos o no, de que convoquen o no, sí me animo a decir que mis relatos están erotizados, por el simple hecho de que al escribirlos mi cuerpo está erotizado.

Y al escribir esto me doy cuenta de lo afortunado que soy de seguir encontrando actividades que me erotizan. Que lindo sería lograr vivir erotizado.
Bueno, no se si esta definición es correcta, pero a mi me gustó mucho, y la adopté como propia y la quería compartir. Pero no fue más que eso, una pequeña reflexión. Para la próxima prometo intentar lograr un relato erotizado, pero el erotizado tradicional, el de verdad, je. En realidad estoy mintiendo, buscaré que no sea tradicional. Pero sí prometo erotismo, de algún tipo.

Feliz semana santa.

10 de marzo de 2008

Todo por 5 segundos. Capítulo II: algunos de los desperdiciados.

Desde hace dos años que por algún motivo estoy cumpliendo una condena: no puedo evitar contar el tiempo en segundos. Y ya pasaron poco más de 12 mil desde que apagué la luz para en vano intentar llegar rápido a mañana.

Su mano todavía dormía en mi pecho, inconsciente de lo que ocurría debajo. La tomé con las puntas de mis dedos, con la misma delicadeza y precisión con que el especialista anti-bombas despeja los cables de colores explosivos hasta llegar al rojo y desactivarla. En esta situación no era su mano la que tic taqueaba, pero el peligro radioactivo estaba latente.

Hace dos años cuando desperté, tres días y una operación después del accidente, vi a Sofía al costado de la cama, sosteniendo mi mano. En el brazo izquierdo tenía el suero, que me alimentaba por vía intravenosa. Y en el brazo derecho, estaba ella, que había estado durante las últimas seis horas declarándome su amor, también por vía intravenosa.

Cuando desperté recapitulé, descifré lo que me había estado confesando las últimas horas y entendí que era ella con quien yo debía estar, soñar, sufrir, proyectar y avanzar. Yo la amaba, y había necesitado una experiencia límite para reconocerlo y hacerme cargo de esa responsabilidad.

Levanté su mano de mi pecho, y suavemente la deposité al costado de su cuerpo, todavía sin explosiones registradas. Me incorporé y me senté en borde de la cama para respirar, por que ya no podía seguir pensando. Ya no podía seguir buscando explicaciones. Ya no podía seguir valiéndome de aquella transfusión intravenosa para convencerme de que Sofía era quien yo quería que fuera. Ya no podía seguir intentando amarla. No podía dejar de reconocer que ya no la amaba. Y me atormentaba la sospecha de que quizás nunca la había amado.

Y ahí estábamos todos en la misma cama. Ella, yo y mi duda, que era como un hijo no reconocido que aparecía y se plantaba en mi puerta, con 25 años, cadenas en las manos y cara de pocos amigos. Imposible saber qué hacer con él, pero lo más probable era que si intentaba doblegarlo por la fuerza terminaría yo seriamente lastimado. Y ahí estábamos los tres. Y mi hijo me miraba con mala cara, exigiendo que Sofía lo conociera.

- “Presentámela ahora. No sigas dilatándolo ni 120 segundos más.”
- “Necesito pensar cómo decírselo para no lastimarla.”
- “Mirá, no te voy a mentir, yo a ella la voy a lastimar. Es mi deber. Y cuanto más tiempo me hagas esperar más me voy a enojar y peor va a ser. Y para vos también es peor, por que aunque sigas tomando litros de anestesia para no sentir dolor, yo te pego y lastimo a diario, y cuando la anestesia se te acabe te va a doler, mucho y cada vez más.”
- “... está bien.”

El suero con la anestesia se cortó instantáneamente y empecé a llorar, por mis heridas, por sus heridas, por mi culpa, todo por mi gran culpa. El dolor era muy intenso, el techo de la habitación se desplomaba sobre mí una y otra vez. Hasta que Sofía se despertó.

- “¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?” – Me pregunta levantándose exaltada.

No podía responderle. No podía dejar de llorar. Y ella totalmente desconcertada. Pobre, nunca imaginó que podía estar tan cerca, abrazando algo que le haría tanto daño sin siquiera sospechar un poco. Un terremoto avisa con movimientos previos, un huracán se ve a la distancia, pero este meteorito que viajaba directo a su corazón era más veloz que su ojo, y tenía una potencia de impacto devastadora.

Ella insistía, me preguntaba, me abrazaba, se angustiaba por mi angustia. Hasta que paré, recuperé el aire y la respiración. Pero no pude hablar durante una enormidad de segundos. No podía soltar el ese meteorito.

- “Estoy mal.” Dije esforzándome mucho.
- “¿Por qué estas mal?”
- ...
- “Por favor, contame, decime por qué estás mal. Por favor, dejame ayudarte. ¿Qué te pasa?”

Y no se como, pero se lo dije, de la peor manera creo, si es que hay alguna que sea menos peor. Y fue devastador. Ella estaba con la guardia baja, con el corazón abierto y mi hijo no reconocido la golpeó brutalmente sin piedad, con vehemencia hasta desfigurarla, dejándole creo yo heridas irreversibles.

Sofía en cuanto pudo levantarse después de la golpiza pidió un taxi y se fue. Dejó su ropa, sus cremas, su notebook y su corazón en mi casa. Por sus primeras tres pertenencias mandaría a su madre a retirarlas. Por lo otro no sabía, no sabría, no podría.

..........


Yo a cada segundo intento reparar lo que me dejó, pero no puedo, y lo tengo ahí, recordándome que aquel día hace dos años cuando creí entenderlo todo, en realidad no había entendido nada, o sí, pero que después hice todo mal. Todo.

Dos meses después de mi accidente en el que choqué con aquella mujer y la camioneta le pedí a Sofía que viviéramos juntos. Creí encontrar en Sofía a aquella mujer de la cual me había enamorado en 5 segundos. Me equivoqué, y hoy tengo dos corazones, uno ajeno en la mesa de luz un poco más seco a cada segundo y otro propio encerrado, injustamente condenado por darme falsos indicios. Como siempre, mientras quienes no debieran pagan la culpa enjaulados en un calabozo, arriba los que digitan todo siguen libres. Pero desde su celda mi corazón aún la busca y yo secretamente mantengo las esperanzas, mientras sigo desperdiciando mis segundos.

4 de marzo de 2008

Rafael Spregelburd se quedó con el $1 que falta?


El año pasado realmente no tuve demasiada suerte en las obras del Festival de Teatro que fui a ver. Una muy buena de danza (de un árabe inglés y un inglés árabe), una pésima italiana sobre un terremoto (pero inimaginablemente pésima) y una muuuy rara de Rafael Spregelburd, "La Paranoia". El saldo fue neutro, sin embargo de esta última me llevé algo que hasta hoy me dejó pensando, y quisiera que alguien me ayude a resolver.

La obra de Spregelburd era un desquicio total y duró tres horas, pero no me dormí, cosa que no me cuesta demasiado. En un momento uno de los personajes, no me acuerdo contextualizado cómo, le hace a otro una suerte de acertijo, el cual me distrajo gran parte de la obra, y hasta hoy no puedo llegar a una respuesta redactable, es decir corta, clara y concisa.

La situación / acertijo es el siguiente: tres actores conocidos están en un bar, tomando un café cada uno. Piden la cuenta, cada café costaba $5, así que cada uno aporta sus $5 y le dan los $15 a la moza. Cuando ésta lleva el importe al dueño del bar detrás de caja, y él ve quiénes estaban tomando un café en su local y decide hacerles un descuento. "Cobrales $10", le dice a la moza, y le da $5 de vuelto, en monedas de uno. La moza decide quedarse con $2 para ella, total nadie se daría cuenta, así es como les devuelve los $3 restantes. Cada actor agradece, y se guarda $1 cada uno. La situación finaliza ahí pero el misterio viene al parafrasear la situación. Resumiento, cada actor pagó su café $4 ($5 iniciales - el $1 que le devolvieron), y $4 x 3 = $12. Si a esos $12 le sumamos los $2 que se guardó la moza, totalizamos $14. Donde está el $1 que falta para llegar a los $15 que pusieron inicialmente los tres actores??????

Rafael, te quedaste con algún vueltito de más quizás?
Y sino cómo se explica?